El pintor Ángel Lizcano Monedero (1846-1929). Apuntes toledanos

2023-03-08 16:52:03 By : Ms. Angela Her

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Rafael del Cerro Malagón

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En el siglo XIX la pintura de historia fue un género en auge en España, trasmisor de valores de dignidad, piedad, heroísmo o libertad al calor de las bases que regían las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes iniciadas en 1856. Entre los muchos autores premiados, Luis de Madrazo, Cano, Fortuny, Alsina, Gisbert, Casado del Alisal, Rosales, Pradilla o Sorolla lograron situar sus obras en museos y sedes institucionales. Un género también vigente fue la pintura costumbrista seguidora de los cartones goyescos y muy apreciada por una clientela privada, gustosa de amables escenas populares. Aunque fue cultivada por ilustres maestros, la practicaron pintores considerados menores para sobrevivir, sabiendo algunos que tales estampas eran ajenas a sus propias ideas artísticas. Atendían las demandas de marchantes, editores, anticuarios y viajeros. Eran cuadritos (en tabla, lienzo o cartón) que reflejaban ambientes folclóricos, taurinos o anecdóticos, repitiendo modelos de rápida ejecución a cambio de unos escasos duros.

Su vida discurrió en Madrid, de donde reflejó sus típicos rincones además de los perfiles manchegos y otros de Ávila, Segovia, Guadalajara o Toledo

No obstante, hay autores postergados, como Ángel Lizcano Monedero, nacido en Alcázar de San Juan (1846), que exhibieron una notable maestría del dibujo y de la pincelada. Su vida discurrió en Madrid, de donde reflejó sus típicos rincones además de los perfiles manchegos y otros de Ávila, Segovia, Guadalajara o Toledo. Esta última ciudad, desde 1866, ya atrajo e inspiró a pintores como Matías Moreno, Arredondo, Federico Latorre, los Vera, Beruete, Cutanda o al paisano y coetáneo de Lizcano, Angel Andrade (1866-1932), profesor en el Instituto toledano entre 1911 y 1915.

Lizcano, de humilde familia, se formó artísticamente en Madrid en pintura, dibujo, grabado y como copista de los grandes maestros españoles en el Museo del Prado. Sus sencillos paisajes locales y populares los apreciaron ilustres personajes, incluido el propio Amadeo I. Entre 1871 y 1890 participó en seis Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, logrando medallas en cuatro ediciones. En 1876 fue con un tema satírico-político, en 1878 trató un asunto taurino, en 1881 recreó la Entrevista de Carlos V con Pizarro y, en 1887, un lienzo de gran tamaño (240 x 400 cm), titulado Cervantes y sus modelos, le valió una segunda medalla. Este lo adquirió el Estado para luego ser depositado en el Ayuntamiento de Alcalá de Henares. A pesar de todo, para el historiador del Arte Arias Angles (1981), la suerte de Lizcano cambiaría de signo desde 1871, según ya señalaron dos críticos defensores de su obra ­─F. Alcántara (1892) y B. Pantorba (1928)─ y los criterios de los historiadores Lafuente Ferrari (1947) y Gaya Nuño (1966).

Nuestro pintor se casó con Ángeles Santos que alumbró cuatro hijos. La pronta viudedad y la muerte de tres vástagos marcaron hondamente su carácter llegando a una disruptiva conducta. Demostró gran maestría para recrear ambientes goyescos y componer escenas de género en pequeño formato. Ilustró páginas de La Lidia, una revista taurina, y en otras publicaciones de arte y literatura e ilustró algunos Episodios Nacionales de su amigo Pérez Galdós. A pesar de ello, le acució la miseria y la falta de medios para sobrevivir. Por parte de algunas personas que apreciaban su pintura hubo iniciativas para sacarle de la indigencia, como un homenaje promovido en 1928 que reunió varias obras suyas. Se logró una ayuda del Círculo de Bellas Artes y una exigua pensión municipal de su población natal de mil pesetas anuales. Una extrema pobreza, un difícil carácter, el desgaste de salud y una notoria demencia le llevaron al psiquiátrico de Leganés donde falleció en julio de 1929. El pintor Ramón Pulido, antiguo compañero y profesor de la Escuela de Artes de Toledo, escribió un obituario, señalando la locura que padecía, observando que, hasta nueve años antes, había seguido pintando escenas «cromáticas y simpáticas», pero ya en desuso y por pocas pesetas.

En 1967, el Ayuntamiento de Alcázar de San Juan, a instancias de Teresa Lizcano, hija del pintor, organizó un homenaje con obras y recuerdos para rescatar la dimensión y la valía artística del infortunado paisano, ya relegado durante su vida y que, como otros, su inicial éxito del público quedó ocultado por el telón del olvido. En 1996 hubo un nuevo reconocimiento local y nacional al cumplirse 150 años de su nacimiento. Desde 2001, en la misma ciudad, se viene celebrando el Concurso de Pintura rápida nocturna Ángel Lizcano, añadiéndose, en julio de 2006. la inauguración de una escultura sedente del pintor con su paletas y pinceles realizada por María Isabel Pérez Gago.

Entre la ingente obra de Lizcano aparecen perfiles toledanos que conoció bien y plasmó asiduamente. En la Exposición Nacional de 1871 ya presentó dos lienzos titulados, respectivamente, Recuerdos de Toledo y Un recuerdo de Toledo, con otros trabajos de La Mancha y Ávila. De años posteriores es el óleo La Emboscada que muestra el torreón principal del castillo de Guadamur al fondo de una calle anónima con unos bandoleros apostados para el asalto. Del callejero toledano tomó apuntes de pintorescos lugares, como la Casa de la Cadena, en la calle de las Bulas, para insertar luego cualquier motivo con personajes de los siglos XVII o XVIII. En un recoleto patio con yeserías mudéjares, en el callejón de Cepeda, pintó una silla de manos o litera y un criado sentado al lado lo que da título al lienzo: Vigilante dormido. Sin embargo, el patio de la popular y barata Posada de la Sangre, próxima a Zocodover y quizá alojamiento ocasional de Lizcano, fue el más recurrente en sus cuadros.

La citada posada, ligada equivocadamente a la novela cervantina La ilustre fregona (en realidad era la Posada de la Sevillana, situada más bajo), estuvo abierta hasta su destrucción en 1936. Fue citada por Galdós, Pardo Bazán, Blasco Ibáñez, Ramón Gómez de la Serna, Buñuel y sus compañeros de la Residencia de Estudiantes, además de reproducirse en infinidad de postales. El vetusto albergue tuvo su consagración literaria en 1872 gracias al tesón del cronista oficial de Toledo, Antonio Martín Gamero, en un contexto de difíciles trances en España abordado por intelectuales que veían en Cervantes y el Quijote las eternas glorias de la historia.

Estas claves motivaron sobradamente al alcazareño para homenajear al Manco de Lepanto en el patio de la posada, sentado ante una mesa, frente a sus personajes novelados mezclados entre libros, papeles y pellejos de vino mientras varios curiosos observan todo desde la galería superior. El mismo escenario posadero reaparece en otros motivos costumbristas, con personajes recreando una determinada situación, sin épica alguna. Tales temas evocan la devoción del pintor por la obra de Goya que, como dijo Lafuente Ferrari (1947), Lizcano reinterpretó «honradamente» con notable maestría.

Maestro, profesor de Secundaria e inspector de Educación. Doctor en Historia del Arte. Investigador especializado en la fotohistoria e imagen de la ciudad Toledo

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